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    Mikeldi de honor 2018

    MARIANO LLINÁS

    LA FLOR. EL PRINCIPIO DEL PLACER

    ZINEBI tiene el placer de ofrecer el estreno en España de La flor, la película de ficción más larga del cine (14 horas y media), dirigida por Mariano Llinás. Para acercarse a este cineasta mayor es necesario tener en cuenta dos datos fundamentales aunque baladíes en apariencia: que tiene aura de patriarca – acarrea gran porte y estatura- y que habita en el barrio porteño de San Telmo.

    Sus producciones son las últimas hechas con los brazos: se necesita mucha fuerza y una fisici- dad imponente para un despliegue de energía semejante (diez años de rodaje intercontinental y el empuje de un grupo de amigos – los actores y técnicos de la productora El Pampero- movili- zado permanentemente). Llinás es un personaje insaciable, wellesiano (también fuma Habanos en los toros) que porta un cayado digno de profeta bíblico durante los rodajes igual que Sam Fuller llevaba una Colt 45. En escritos y entrevistas se confiesa poseído por el ejemplo del pro- feta Noé al entender el cine como un arca contenedora donde resguardar las cosas del pasado. “Todas las especies animales que me gustan están en La flor. Si queremos pensar la película con indulgencia, es como el Arca de Noé (Sauve qui’il peut le cinematograph). Hemos de entender que el siglo XX terminó y somos la generación responsable de salvaguardar las cosas que nos gustan de ese periodo”. Por eso, como decíamos, lo primero que uno sospecha viendo sus películas es que son las de un habitante ejemplar de San Telmo, lugar empedrado, lleno de mercados y mercachifles como viajes en el tiempo (la totalidad del siglo XX) y el espacio (el que separa pero también une a América con Europa). Llinás es un nacionalista de un barrio que contiene la parte por el todo de occidente durante el siglo pasado, la única calle en cuya militancia se vuelve uno internacionalista.

    Diez años han pasado ya desde Historias extraordinarias (2008) (proyectada en Zinebi 2011 -entonces ya filmaban La flor desde hacía dos-). Aquella película era como un jardín de senderos que se bifurcan (borgiana confesa), una red de historias dentro de historias en el marco del siglo que las rodeaba. Recordando a Godard, alguien las llamó Histoire(x) du cinema.

    La flor le ha salido más cervantina que borgiana y se despliega con arrogancia en varios con- tinentes, especialmente en Sudamérica, pero también en las principales capitales de Europa y zonas de Rusia y Asia. La arrogancia de ocupar con las ficciones otros territorios era (desde los años 20) prerrogativa de las películas de Hollywood donde hasta Jesucristo hablaba inglés. Han tenido que pasar cien años pero lo que importa de La flor es la justa inversión. Su apro- piación de casi la totalidad de los géneros cinematográficos clásicos (thriller, musical, espías, lírica amorosa bucólica) y de sus correspondientes lugares icónicos para el castellano y para Sudamérica. Una épica del robo inverso que el cine sudamericano necesitaba y nunca tuvo. La arrogancia de Llinás y de las cuatro actrices de la compañía Piel de Lava (Valeria Correa. Laura Paredes, Pilar Gamboa y Elisa Carricajo), que interpretan múltiples papeles y se multiplican en pantalla, es la de conquistadores que recuperan (no sin cierto orgullo porteño) territorios. Carricajo y Gamboa tomando la Torre Eiffel y el Reichstag.

    La flor deja el poso (y el peso) de haber leído una voluminosa película. De asistir al mismo tiempo a una elefantiásica novela (clásica y metalingüística al tiempo, como 2666 de Rober- to Bolaño) y a su propia adaptación cinematográfica. Encontramos algún precedente de esa sensación en la historia del cine y se reconoce fácilmente pues son películas guiadas por un principio creador que tiene mucho que ver con el placer, como Max Ophüls y su obra final, Lola Montès (1955), la postmoderna y ambiciosa biografía femenina de una mata-hari de la que La flor parece una multiplicación masiva. Películas en las que un grupo de creadores pone toda la carne en el asador como si fuera la primera, pero también la última. Nacimiento y testamento a partes iguales.

    Álvaro Arroba
    Crítico de cine, programador



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