LA MÚSICA CALLADA DE LA LUZ. EL CINE DE JUAN RUIZ ANCHÍA
Que el cine es un arte colectivo es cosa obvia e infinitamente repetida; sin embargo, es la función del director la que asociamos por defecto a la creación de cualquier película. Entre los oficios que quedan sepultados por su nombre se encuentran dos tan importantes como el del guionista y el del director de fotografia: si el primero es el autor de la historia, el encargado de ponerla negro sobre blanco, el segundo lo es de convertirla en imágenes, utilizando para ello una amplia paleta de colores, luces y sombras en una compleja operación que combina la sensibilidad y la técnica. Destacado representante de este arte de la imagen es Juan Ruiz Anchía (Bilbao, 1949), uno de los más reputados directores de fotografia nacionales e internacionales.
La trayectoria de Ruiz Anchía es el reflejo de una actitud inconformista; un escueto resumen de su obra nos servirá para confirmarlo. Formado inicialmente en la Escuela Oficial de Cinematografia de Madrid, su permanente afán de investigación y mejora personal y profesional le lleva a continuar sus estudios en Estados Unidos. Ingresa en el American Film Institute, donde cursa un Master de Artes Visuales, cuando es requerido por Bigas Luna para su fantástica y delirante Reborn/Renacer (1982). Su labor en esta ambiciosa producción no pasa inadvertida y le facilita el rodaje de Miss Lonely Hearts (Michael Dinner, 1982). El trabajo de Ruiz Anchía en esta película llama la atención del director ruso Andrei Konchalovsky, que decide contactar con él para realizar Los amantes de Maria [Maria’s Lovers, 1984), cuyo excelente resultado despierta el interés de James Foley, que cuenta con el bilbaino para realizar Hombres frente a frente (At Close Range, 1986). La notoria labor de Ruiz Anchía en este nuevo trabajo atrae a su vez a David Mamet, con quien colaborará en películas como La casa de juegos (House of Games, 1987) o Las cosas cambian [Things Change, 1988). Más adelante, recibirá la llamada de directores como Mike Figgis o David Fincher, sin olvidar a los españoles Ricardo Franco o Antonio Betancor, con quien realizará Mararia (1998), por la que obtendrá su primer Goya a la Mejor Dirección de Fotografia (1999). Y si la nómina de directores con los que ha trabajado es notable, la de actores no le va a la zaga: Robert Mitchum, Jack Lemmonn, Al Pacino, Ed Harris, Kevin Spacey, Julia Roberts, Nastassia Kinsky y tantos otros. Naturalmente, este apresurado resumen no hace justicia a la carrera de Ruiz Ancha: que un desconocido director de fotografia logre asentarse en una industria tan compleja como la de Hollywood es una empresa que roza el milagro. Sin embargo, su itinerario permite observar el interés que su fotografía despertó en directores de gustos dispares. ¿Qué buscaba cada uno de ellos en Ruiz Anchía? Desde luego, su talento; pero no solo. También la capacidad de dotar a sus filmes de un tono visual definido, de un estilo determinado.
Señalemos un matiz: no debe aquí entenderse el estilo como inmovilismo, sino como fidelidad a una manera de entender la imagen, su composición, el manejo de las sombras, la gestión de la luz. Y al mismo tiempo, como la capacidad de potenciar con esa imagen la historia narrada. Se trata, en cierta forma, de una curiosa alquimia: la de dar forma a la realidad, una forma que Ruiz Anchia persigue, según sus propias palabras, mediante una «dialéctica intensa entre la luz y la sombra».
Efectivamente, su estilo destaca por esta dialéctica, que da como resultado algunas imágenes de gran densidad, asi lumínica como emocional. Porque su concepción de la fotografía no se detiene en la consecución de una belleza ornamental; se trata de algo más. Una imagen bella por lo que muestra, pero más aún por lo que significa. Pensemos por ejemplo en un plano de la parte final de Hombres frente a frente, cuando los rayos del sol penetran en el oscuro tugurio de Brad (encarnado por Christopher Walken) y su banda de atracadores, abrasando su mundo lúgubre y anunciando su derrota final.
Cita Ruiz Anchía entre sus influencias a Goya, maestro indiscutible del dramatismo de la luz, pero también la poesía de Antonio Machado. La referencia literaria no nos extraña. Cuando vemos en su última película, Blackthorn / Sin destino (Mateo Gil, 2011), a un crepuscular Butch Cassidy (interpretado por Sam Shepard) recorrer el árido desierto boliviano, podemos recordar sin esfuerzo los versos del poeta sevillano y definir esa luz desértica como «las blancas sombras en los claros dias».
Blackthorn fue precisamente el film por el que este gran hombre de cine recibió su último y merecido premio Goya a la Mejor Dirección de Fotografia (2012). No menos merecido es el Mikeldi de Honor a su carrera que en Bilbao, su casa, le otorga ZINEBI. Que sepa Ruiz Anchía, artífice de tantas luces y sombras, que el honor es nuestro.
Iñigo Larrauri
Investigador docente (UPV/EHU)