LA ÚLTIMA PELÍCULA QUE VIMOS JUNTOS TODOS LOS VASCOS
Imanol Uribe osó poner en solfa los conceptos de género y nación hace cuarenta años en La muerte de Mikel, una película fundamental del cine de la Transición.
Mario Onaindia escribió que La muerte de Mikel fue “la última película que vimos juntos todos los vascos, unos esperanzados por la capacidad de reacción del pueblo y otros temerosos de que la libertad individual hiciera olvidar las exigencias colectivas. Desde entonces, el cine vasco dejó de hablar de Euskadi y las películas se etiquetan antes de verlas”.
Han pasado cuarenta años desde su estreno el 12 de febrero de 1984. Nada tiene que ver aquella Euskadi sumergida en la zozobra de la reconversión industrial y azotada por el terrorismo de ETA, que aquel año dejó 33 muertos, con la actual. El tercer largometraje de Imanol Uribe llegó en el momento justo para convertirse en un fenómeno social. Las cifras oficiales de recaudación del Ministerio de Cultura no engañan: el filme tuvo 1,2 millones de espectadores en salas y amasó más de 1,7 millones de euros. Su protagonista, Imanol Arias, que estrenó la serie Anillos de oro durante el rodaje, se convirtió en una estrella.
Nacido en El Salvador, Uribe era algo así como el cronista oficial del terrorismo de ETA gracias a dos títulos de aliento documental: El proceso de Burgos (1979) y La fuga de Segovia (1981). El caso real de un farmacéutico de Oiartzun en la órbita de Herri Batasuna, que murió presuntamente víctima de torturas, inspiró un guion coescrito junto a José Ángel Rebolledo. Un thriller político con intolerables dosis de morbo para la época y que arrancaba con el féretro del protagonista en su funeral en la iglesia de la Asunción de Santa Maria de Lekeitio. ¿Quién ha matado a Mikel, el farmacéutico del pueblo?
El público de la época no estaba preparado para una película espejo que abordaba temas tan escabrosos como la homofobia de la izquierda abertzale, la homosexualidad no asumida, las torturas de los cuerpos policiales, el matriarcado vasco y la mentalidad cerril y provinciana de los independentistas. Ahí es nada. Una izquierda nacionalista que se llama a sí misma progresista, pero que sigue anclada en los postulados rancios y moralistas del franquismo. Cuarenta años después, sorprende el nivel de atrevimiento de Uribe, con escenas tan provocadoras como un cunnilingus que acaba en un brutal mordisco en la vulva o un transformista vestido con una camiseta del Athletic (José Antonio Nielfa, La Otxoa).
Mikel (Imanol Arias) vive ahogado por una mujer a la que no desea (Amaia Lasa) y una madre burguesa que sufre al saberse la comidilla del pueblo (Montserrat Salvador). El primer hombre con el que se acuesta es un travesti con el que osará dejarse ver en público (Fernando Telletxea “Fama”). Su salida del armario le costará desaparecer de las listas de Herri Batasuna a las elecciones municipales sin más explicaciones. “Sois unos curas de mierda”, les espeta el protagonista, que morirá a manos de su ama tras haber tomado la decisión de irse del pueblo. En un ejercicio de hipocresía máxima, las huestes abertzales saldrán en manifestación al grito de “¡Mikel, gogoan zaitugu!”.
Es la misma doble moral que llevaba a ETA a justificar el asesinato de pequeños camellos en una campaña macabra contra las drogas, mientras los jóvenes cachorros de la kale borroka se ponían ciegos a marihuana. Curiosamente, como recuerda Imanol Uribe las críticas de la época de medios afines a la izquierda nacionalista como Egin no condenaron el mensaje desencantado del film, sino el hecho de que en las escenas de las manifestaciones en Lekeitio apareciera tan poca gente. La razón no era otra que la falta de presupuesto para pagar más figurantes.
La muerte de Mikel quería ser “una acusación general a la intolerancia de la sociedad vasca, desde el matriarcado al PNV, desde HB a la Guardia Civil”, resume Santiago de Pablo en su fundamental ensayo Creadores de sombras. Esa crítica social generalizada pudo ser la causa de su éxito, aunque cuatro décadas después también se aprecian ciertas lagunas al mostrar solo la violencia de los cuerpos policiales y no la de ETA. Como bien apunta Casilda de Miguel en Los cineastas. Historia del cine en Euskal Herria, la búsqueda de la identidad propia en la que se basa el relato de Uribe “pasa por una puesta en cuestión de los conceptos género y nación”.
El póster de La muerte de Mikel lo anunciaba sin ambages: “El filme vasco más universal”. Aquel título fundamental del cine español de la Transición fue el primero en el que muchos actores vascos mantuvieron su propia voz en pantalla, sin ser doblados por actores de doblaje, como era habitual en la época. Alberto Iglesias compuso su segunda banda sonora para el cine tras La conquista de Albania y Javier Aguirresarobe firmó la fotografía, además de implicarse como productor. La siguiente película de Imanol Uribe, Adiós, pequeña, se rodó en Bilbao pero ya no contó con subvención del Gobierno vasco. El cine vasco dejó marchar a su director más exitoso.
Oskar Belategui