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    PREMIOS HONORÍFICOS · MIKELDI DE HONOR

    AKI KAURISMÄKI

    AKI KAURISMÄKI. EL CINE CONTRA LA FATALIDAD

    Pasados unos diez minutos de Nubes pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996), Lauri, el personaje interpretado por Käri Väänänen, se encuentra con que la empresa para la que trabaja se ve obligada por la coyuntura económica– es una compañía de autobuses urbanos y la gente se inclina más por el tren y por utilizar su propio vehículo- a una reestructuración que se traduce en la salida de la compañía de cuatro de sus conductores. ¿Cómo decidir a quién mandar al paro? El gerente saca una baraja francesa y da a elegir a la plantilla: los que tengan la carta más baja, se van para casa. Lauri, tres de tréboles.

    Los primeros minutos de la que algunos consideran la primera película de la Trilogía de los perdedores, filmada por Aki Kaurismäki a lo largo de una década [la premiada en Cannes Un hombre sin pasado (Mies vailla menneisyyttä, 2002) y Luces al atardecer (Laitakaupungin valot, 2006) serían sus otras dos integrantes], es una destilación de algunas de las constantes temáticas y visuales del cine de Kaurismäki. Pero, sobre todo, expone bien a las claras el particular sentido del fatum que atraviesa toda su obra.

    Aki Kaurismäki (Orimattila, Finlandia, 1957) fue el tercero de cuatro hijos de una familia de clase media que vivió en siete ciudades diferentes antes de que él pudiera completar la Secundaria. Pese a que tanto Aki como su hermano mayor, Mika, pronto mostraron interés por el cine, él fue rechazado en 1977 en la Escuela de Cine de Finlandia. Empezó Periodismo en la Universidad de Tampere mientras Mika estudiaba cinematografía en Munich. Fue su hermano mayor el que acabaría implicándole en el audiovisual gracias al guión (que escribieron juntos) de El mentiroso (Valehtelija, 1981), un mediometraje que protagonizó el propio Aki. El éxito obtenido en circuitos locales finlandeses permitirá que Kaurismäki inicie su carrera adaptando a su tiempo y lugar un clásico como Crimen y castigo (Rikos ja rangaistus,1983), una película que él asegura odiar pese a que hoy día sigue resultando muy interesante, en parte por el valor del retrato del entorno urbano del Helsinki de los primeros años 80 del siglo pasado. Después llegarían algunas comedias disparatadas (el largo Calamari Union o el cortometraje Rock’y VI) antes de firmar uno de los trabajos más interesantes de toda su carrera, Sombras en el paraíso (Varjoja paratiisissa, 1986), con el que participó en la Quincena de los Realizadores de Cannes y en el Festival de Toronto. Ya entonces parece claro que todo podría surgir de la fatalidad, que suele convertirse en el enemigo natural de los antihéroes de Kaurismäki.

    Una fatalidad que siempre se presenta para cebarse con la clase obrera. “No conozco a los banqueros, ni ganas que tengo. ¿Qué diálogo iba a escribir en una película sobre banqueros? Algo así como ‘¿Qué me voy a poner hoy para la fiesta?’. Ellos no son poderosos, como se piensa, sino esclavos del dinero”. Las películas del director finlandés están habitadas por perdedores de una clase social mayoritaria víctima de otra que el cineasta no duda en definir como idiotas. El dinero –asegura Kaurismäki- “siempre está del lado de los idiotas. Hago cine de perdedores porque me siento un perdedor”.

    Víctimas de esa fatalidad, sus personajes luchan por evitar su derrota, o al menos paliar sus efectos; es lo que hacen, por ejemplo, los protagonistas de la ejemplar Trilogía del Proletariado –además de la citada Sombras en el paraíso, Ariel (id., 1988) y La chica de la fábrica de cerillas (Tulitikkutehtaan tyttö, 1990)-, con la que obtuvo un notable reconocimiento crítico en Europa. Pero como entonces, también en el resto de sus películas Kaurismäki inviste de una inconfundible dignidad natural a estos personajes, lo que permite valorar su condición y provocar la empatía del espectador. Del contraste entre esta constante y la distancia con la que el director trata visualmente a sus personajes- protagonistas, antagonistas o secundarios- surge un estilo narrativo y audiovisual muy particular y atractivo. No es extraño que le hayan salido epígonos e imitadores. En ese distanciamiento a la Kaurismäki tienen un valor fundamental dos elementos: por un lado, la estricta dirección de un recurrente grupo de actores que incluye nombres como Matti Pellonpää, Kati Outinen o Elina Salo, entre otros (“los actores no son marionetas, son carne y sangre, pero no quiero que agiten las manos todo el tiempo como si fueran un molino de viento. La magia de la película está entre la cámara y la mirada del actor”); y por otro lado, la expresiva dirección de fotografía de Timo Salminen, que a menudo se hace presente de manera antinatural para subrayar determinados aspectos de cada historia.

    Además de sus películas finlandesas (las dos trilogías mencionadas, por ejemplo, pero también las comedias desenfrenadas sobre el estrafalario y divertido grupo Leningrad Cowboys), la obra de Kaurismäki se abrió de manera natural a otros escenarios de Europa durante la década de los noventa: rodó en el Reino Unido con Jean-Pierre Léaud como protagonista Contraté un asesino a sueldo I Hired a Contract Killer, 1990); en Francia La vida de Bohemia (La vie de Bohème, 1992) sobre la obra de Henri Murger, y explícitamente no sobre la ópera de Puccini; o en Portugal, donde reside la mayor parte del año, los cortos Bico (2004) y O tasqueiro (2012).

    Último apunte. En respuesta a la fatalidad, la otra gran clave de la obra de Kaurismäki es el optimismo. Al menos un cierto talante animoso que acaba anidando en los golpeados protagonistas de sus películas, siempre dispuestos a escuchar algún tango o una canción de rock para apurar cada trago de la vida. Dice el director que “en las películas no deseo compartir mi pesimismo”, y es así como comprendemos el desenlace de su último largometraje de ficción hasta la fecha: Le Havre (id., 2011), nuevamente rodado en Francia y con el Marcel Marx (André Wilms) de La vie de Bohème reconvertido en un pobre limpiabotas de gran corazón. El urgente contenido político- escasamente disimulado en esta ocasión- no ensombrece la universalidad de su mensaje.

    Rubén Corral
    Programador de ZINEBI


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