FRONDOSO MISTERIO. LA MÚSICA Y EL CINE SEGÚN LUIS DE PABLO
Cabeza de lista de la, así llamada, Generación del 51 —el grupo de compositores que renovaron el panorama de la creación musical española conectándola con las corrientes vanguardistas centroeuropeas—, Luis de Pablo no es solamente uno de los introductores del serialismo y de las posteriores corrientes postseriales en nuestro país, sino que ha desempeñado una fructífera labor como conferenciante, traductor de textos de referencia y profesor de técnicas contemporáneas en el Conservatorio de Madrid, realizando además una función trascendental como gestor musical y organizador de conciertos a través de ALEA, nombre dado tanto al primer laboratorio español de música electrónica como a una especie de sociedad filarmónica auspiciada por Juan Huarte, activa a mediados de los sesenta, gracias a la cual se escucharon en España por primera vez no solo partituras de Webern, Schönberg, Alban Berg, Varèse o Charles Ives, sino también de autores vivos como Stockhausen (que visitó Madrid con su grupo ofreciendo dos sesiones), Berio, Boulez, Nono o Steve Reich, amén de encargar obras a compositores españoles desde Cristóbal Halifter a Arturo Tamayo. Luis de Pablo creó junto a Eduardo Polonio y Horacio Vaggione un grupo de improvisación electroacústica, desarrolló una importante labor como radiofonista dando a conocer en nuestro país toda suerte de músicas extraeuropeas y promovió y dirigió en 1972 los Encuentros de Pamplona, la más importante manifestación interdisciplinar jamás realizada en España, donde actuaron desde John Cage y David Tudor al teatro de sombras indonesio y se realizaron desde proyecciones de films de Buñuel (prohibido en aquel entonces) a sesiones de poesía fonética. Por lo demás, y como compositor, Luis de Pablo ha completado un catálogo que frisa el centenar y medio de títulos de todos los géneros y formatos, que comprende cinco óperas, numerosas obras de orquestales y camerísticas para los conjuntos más dispares así como una decena de composiciones concertantes para diferentes solistas: Frondoso misterio (título que cita un verso de Juan Gil Albert relativo a la muerte) es, justamente, el nombre de su espléndido Concierto para violonchelo y orquesta./p>
Ligado al productor Elías Querejeta, para el que ha realizado casi toda su producción como compositor cinematográfico, Luis de Pablo ha desarrollado un estilo muy característico y personal, de tanta economía de medios como de sabio y eficaz empleo de los mismos, iniciando su andadura con trabajos de un vanguardismo formalista cuasi abstracto, cuyo ejemplo más extremo sería Operación H (Néstor Basterretxea, 1963), en el que la improvisación y la posterior desnaturalización del sonido lo sitúa en la frontera de la electroacústica, en nítido paralelismo con el tratamiento deliberadamente despersonalizado de la banda de imagen. Films tan inolvidables como El espíritu de la colmena (Víctor Erice,1973) o A un dios desconocido (Jaime Chávarri, 1977) deben una parte esencial de su singularísimo atractivo al peculiar sello que Luis de Pablo ha impreso en su música: si en la cinta de Erice la gelidez de la estepa castellana es evocada a través de un solo de flauta que nunca acaba de ser tonal, en otras, como De cuerpo presente (Antton Ezeiza, 1967), se juega con una insólita riqueza de referentes, que abarcan del Schönberg del Quinteto de viento al Stravinsky de las Suites para pequeña orquesta, desnaturalizando los originales hasta el límite de lo reconocible sin que su legibilidad se diluya y sin que existan citas literales: la obertura y el epilogo de esta culterana parodia del cine negro (en la que el protagonista llega a citar la Rima XV de Bécquer) rinden homenaje nada menos que al pasacalle de La Gran Vía de Federico Chueca, reducido a su esqueleto rítmico y trabajado con tan densa y disonante escritura politonal que logra perfectamente su propósito de situarnos frente a un universo familiar tan pervertido y distante que, al tiempo que sugiere su contemplación irónica, no deja de provocar un indefinible desasosiego./p>
El empleo del ostinato y de secuencias reiterativas como dispositivo privilegiado, tanto (parcialmente) en ésta como en otras bandas sonoras, otorga una fuerza singular a ciertas cintas en que, como sucede en La caza (Carlos Saura, 1966) o en Pascual Duarte (Ricardo Franco,1976), la materia sonora posee una incisividad rítmico-armónica particular, perfectamente acorde con un universo políticamente irrespirable que en ambos casos sirve como ciclorama del avatar de unos personajes cuya violencia soterrada puede estallar en el instante menos pensado con inconjurable ferocidad; pero Luis de Pablo también ha sido capaz de desarrollar ambientes sonoros tan desenfadados como el de Reina Zanahoria (Gonzalo Suárez,1977) y su jocoso juego de variaciones sobre una canción popular francesa, mientras que en cintas como la magistral de Jaime Chávarri nombrada líneas más atrás, el regreso de un mismo motivo en teclados diferentes (clavecín, piano, órgano…) nos habla de un modo particularmente conmovedor de un tiempo a la vez ido y presente, el tiempo de una ausencia que es también el de un interdicto, tanto sobre la memoria de la tragedia como sobre la persistencia de ese amor oscuro que durante tan largas décadas no pudo confesar su nombre. De un radicalismo y una sequedad particulares, los mejores trabajos fílmicos de este gran renovador del lenguaje musical ocupan hoy un lugar de privilegio en el inventario del cine de mayor significación realizado entre nosotros./p>
Que la quincuagésimo segunda edición de ZINEBI conceda a este bilbaíno universal el Mikeldi de Honor por su ejecutoria y su trabajo y un merecido homenaje por su octogésimo aniversario es un acto de estricta justicia que un festival de tan comprometida y rica trayectoria no podía dejar pasar en blanco./p>
Jose Luis Téllez.
Crítico de cine