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    PREMIOS HONORÍFICOS · MIKELDI DE HONOR

    MANUEL GUTIERREZ ARAGÓN

    ENTRE LA HISTORIA Y LA FÁBULA. EL CINE DE MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN

    Es práctica habitual calificar como raras, extrañas, herméticas, incomprensibles incluso, aquellas obras que se salen del patrón establecido. Sin embargo, estos calificativos ocultan en ocasiones algunas de las propuestas más atrayentes, singulares, libres y bellas. El cine de Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942) se encuentra, sin duda, entre estas. Como tantos otros miembros de su generación, Gutiérrez Aragón dirigió sus primeros cortometrajes en la Escuela Oficial de Cinematografía de Madrid. Curiosamente, en algunas prácticas realizadas en la escuela (Nana para dormir a un héroe, 1967 y Hansel y Gretel, 1969) pueden encontrarse ya procedimientos que serán habituales y decisivos en su obra posterior, como el recurso a la estructura de los cuentos infantiles. La promesa de heterodoxia que insinuaban estos primeros acercamientos al cine quedará confirmada cuando en 1973 y de la mano de Elías Querejeta realice su primer largometraje, Habla, mudita, profunda reflexión sobre el lenguaje, los límites de la comunicación o las fronteras entre la enseñanza y el adiestramiento; temas que, junto a un permanente cuestionamiento de las normas establecidas, recorrerán una filmografía sorprendente y única.

    Las siguientes películas del director situaron definitivamente su cine como un lugar alejado de lo convencional y clave para comprender la historia reciente del cine español, al mismo tiempo que como un original acercamiento a la siempre trémula historia de España. Así Camada negra (1977), Sonámbulos (1978) y El corazón del bosque (1979) conforman una suerte de tríptico marcado por un planteamiento que narra acontecimientos de actualidad política desde una óptica insólita. Sean el análisis de las raíces ideológicas de los grupos fascistas, las crecientes contradicciones internas de la oposición antifranquista durante la Transición o la tenue frontera entre la rendición y el avance en la gris posguerra española, Gutiérrez Aragón aborda los temas en clave fantástica y lejos del testimonio, situándolos en un entorno que los excede y los enmarca.

    Precisamente el último de los films citados, El corazón del bosque, merece un lugar destacado en la filmografía del director en tanto que es una de las más logradas fábulas históricas de la historia de nuestro cine. Se une aquí la estructura del cuento de hadas con otras formas narrativas primigenias condensadas en leyendas populares, canciones de cuna, o personajes míticos que viven agazapados en bosques temblorosos. Unos bosques que el director sabe filmar y en los que muestra sin ser explícito (utilizando la elipsis tan presente en su cine) antiguas preguntas profundas donde no había, quizás, sino superficiales respuestas recientes.

    Efectivamente, esta peculiar poética del autor cántabro se extiende hasta alcanzar otra de sus señas de identidad: la perpetua rebeldía frente a la norma. Su cine no cesa de preguntarse (y preguntarnos) acerca de aquellas cosas que damos por hechas, de aquellos hechos que consideramos inmutables, proponiendo vías alternativas en las que adentrarse o sobre las que reflexionar. Presuntas verdades tomadas por objetivas son puestas en duda a través de unas imágenes llenas de misterio que evocan fantásticas realidades ajenas a las convenciones, o tiempos en los que lo objetivo no había sido aún inventado. Quien vea hermetismo en estas propuestas debería plantearse que la dificultad es similar a la comprensión de un cuento infantil para alguien cuya inocencia quedó atrás. Sin embargo, quien mire con atención sus obras caerá en la cuenta de que en los films de Gutiérrez Aragón existe siempre una señal, un plano, una imagen que se desliza sin avisar, que nos permite reconocer su mirada personal y nos incita a ser creativos al mirar. En 2008, un año después del estreno de su último film Todos estamos invitados, Manuel Gutiérrez Aragón decidió abandonar la realización. Las paupérrimas condiciones económicas le obligaban a hacer un cine que no le interesaba (“Yo, antes de hacer un cine pobre, prefiero dejarlo”, llegó a decir). Poco después supimos que su despedida era del cine pero no de la creación, cuando en 2009 resultó ganador del premio Herralde con su primera novela, La vida antes de marzo. Posteriormente ha publicado dos novelas más, Gloria mía (2012) y Cuando el frío llegue al corazón (2013).

    Mientras esperamos un cambio de opinión y una nueva incursión en el cine podremos adentrarnos en sus libros y revisar su singular filmografía. Tanto sus películas como su literatura parecen un buen refugio para una época en la que el misterio cotiza a la baja; un lugar donde resguardarse cuando el frío llegue al corazón, si es que no ha llegado ya.

    Iñigo Larrauri
    Investigador docente (UPV/EHU)


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