NICOLAS ROEG, ELEGANTE DISTORSIÓN
Un homenaje al cineasta y un regalo para el público. Este año ZINEBI concede su Mikeldi de Honor a Nicolas Roeg y nos ofrece así la oportunidad de revisar o incluso, más probablemente, de ver por primera vez sus mejores películas, puesto que los títulos que componen su retrospectiva han sido seleccionados por el mismo. Es Roeg un cineasta británico de larga trayectoria, ya que antes de firmar como director se inició, a finales de los años cuarenta, como ayudante de montaje y en los cincuenta y sesenta apareció en títulos de crédito como operador de cámara y luego como director de fotografía. En este apartado son dignas de mención las espléndidas imágenes de Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966) y de Far from the Madding Crowd (Lejos del mundanal ruido, John Schlesinger,1967), que, proyectadas en pantalla grande, tienen un aire inequívoco de aquella época.
Después de tan sólido aprendizaje artesanal, su primera película como director es Performance (1970), codirigida con Donald Cammell, una convulsa extravagancia protagonizada por Mick Jagger y James Fox, en la que el célebre combinado Sex & Drugs & Rock & Roll alcanzaba considerables niveles de paranoia. Fue una carta de presentación interesante que le situó de manera inmediata entre los autores de culto. Y en ese estatus permanece desde entonces, habiendo desarrollado una filmografía heterogénea y digna de ser seguida con el mayor interés en no pocas ocasiones. Su siguiente trabajo fue Walkabout (Más allá de…,1971) que, con el paso de los años, ha llegado a ser considerada su mejor película. Rodada en Australia, en el desierto en gran parte, desplegaba de manera serena y enigmática un tema clásico de iniciación no desprovisto de un cierto gusto por el mito de la inocencia perdida. Sin embargo, la presencia en la narración de ciertos elementos perturbadores definía una obra de mayor alcance del que tal vez se podía esperar de la aventura de una adolescente y su hermano perdidos en una tierra salvaje. La imponente presencia física del Outback australiano, en donde se produce el encuentro de los dos escolares con un aborigen, dio lugar a un trabajo muy elogiado de dirección de fotografía, del que también fue responsable Roeg. Una cierta belleza natural o primitiva y lo excéntrico, es decir una mirada sesgada, no eran temas ajenos al cineasta de Londres. Por cierto, esta película se estrenó de mala manera en nuestro país, con ocho años de retraso.
Su actividad directa en la elaboración de la imagen determinó una manera elegante de rodar, pero la elección narrativa de Nicolas Roeg estaba más cerca de una cierta distorsión de la realidad que de una aproximación naturalista. Situado en las coordenadas del cine de autor que caracterizaban aquellos años, continuó abordando temas bien diferenciados, al margen de las corrientes mainstream pero siempre recibido con expectación por quienes habían reconocido en su cine los recursos fundamentales de las ficciones desasosegantes.
En esa línea se sitúan sus siguientes realizaciones. En una Venecia un tanto fantasmal, Julie Christie y Donald Sutherland atraviesan una tortuosa vivencia en Don’t Look Now (Amenaza en la sombra, 1973), ficción en la cual adquieren especial relevancia dos de las constantes del cine de Roeg: la angustia y el sexo. Y también aparece como motor narrativo su estilo fragmentado, en el que el tiempo dislocado configura un elemento más de inquietud e incluso de misterio. Conviene anotar que el estreno en España de este título tuvo lugar en una versión con numerosos cortes. Sin duda, la censura aprovechó el montaje no lineal del film para suprimir todos los planos considerados nocivos para el espectador. Continuando en una forma de filmar tan peculiar como arriesgada, abordó el género fantástico y puso a David Bowie en la piel, o así, de un extraterrestre en The Man Who Fell to Earth (El hombre que vino de las estrellas, 1976), que nunca llegó a nuestras pantallas a pesar del prestigio que alcanzó en el ámbito del cine alternativo. El punto de vista más o menos dislocado o desconcertante sobre las relaciones humanas, y más específicamente sobre el sexo, era una vez más el punto de partida de la desconcertante y atractiva Bad Timing (Contratiempo,1980), un áspero drama de intriga que protagonizaron en Viena Art Garfunkel, Harvey Keitel y Theresa Russell, que sería la musa de Roeg en otras seis películas y la mujer con quien se casó. Animado por un espíritu deliberadamente provocativo, este título fue estigmatizado como maldito por su propia productora, la Rank Organization, que la etiquetó como «una película sobre gente enferma, hecha por gente enferma, para gente enferma». Con amigos así, quién quiere enemigos. Desde su estreno, apenas se ha visto. Y es de las que apetece revisar.
No todas sus películas han sido pasos en la cuerda floja, recordemos dos de ellas: Insignificance (Insignificancia, 1985) resultó ser una curiosa propuesta sobre un hipotético encuentro en un hotel neoyorquino entre Albert Einstein, Marilyn Monroe, Jo DiMaggio y el senador McCarthy, el artífice del siniestro Comité de Actividades Antiamericanas en los años cincuenta. Si bien nunca se llegaban a mencionar estos nombres, las connotaciones resultaban inequívocas en esta comedia fría. The Witches (La maldición de las brujas,1990) revisitaba el mundo de los cuentos infantiles, subrepticiamente malévolo, de Roald Dahl y lo hacía de la mano de una Anjelica Huston totalmente identificada con su papel. Y, al parecer, también Roeg.
Ni que decir tiene que Nicolas Roeg se ha ido forjando una reputación como director excéntrico por sus propuestas narrativas y por su estilo en absoluto acomodaticio. Lleva más de sesenta años de carrera y más de cuarenta dirigiendo películas y según diversas informaciones, tiene previsto rodar a corto plazo Night Train, según la novela de Martin Amis y con Steven Soderbergh como productor ejecutivo. Expectantes quedamos.
Alfonso C. Vallejo
Docente, cineasta