ARTURO RIPSTEIN, EL BARROQUISMO DE LA MISERIA
El cine de Arturo Ripstein me impresiona y perturba. Aparte de sentir esas fuertes emociones mientras veo sus peliculas, lo sé porque pasado el tiempo las recuerdo con mayor nítidez que la mayoría de las otras. Vi El lugar sin limites hace casi treinta años y no he tenido la oportunidad de revisarla. Sin embargo, me acuerdo vívidamente de la pequeña y oscura tragedia que se teje en aquel destartalado burdel entre el ¿sólo en apariencia? frágil travesti y unos seres brutales que sienten titubear su condición de machos y no pueden admitirlo ni tolerarlo.
Las películas de Ripstein, en especial a partir de las que cuentan con los guiones de Paz Alicia Garciadiego, indagan en el exceso de un modo difícil: navegar por el borde, sobre el filo de la navaja, sin que el resultado se escape de las manos.
Así, como buen heredero de las vetas surrealistas y de los furores del amor fou de la etapa mexicana de su maestro Buñuel, nos encontramos con historias forjadas con los elementos del más puro y desaforado melodrama: pasiones volcánicas encontradas, abandonos y desamores desgarrados que se abaten sobre los desvalidos personajes hasta llevarlos a la destrucción voluntaria o impuesta.
Estas historias al límite, de sordidez metafísica y contadas desde un prisma esperpéntico, sirven a Ripstein para mostrar el lado oscuro del ser humano, lo que está más allá de la línea de sombra y oculto al otro lado del espejo. Los personajes de Ripstein y Garciadiego están enfermos de soledad y de desesperación porque les han hecho mucho daño o porque son malos y crueles de una manera banal y ontológica o son mezquinos y ruines porque la pobreza saca lo peor del ser humano.
Y los desesperados, ante esa falta absoluta de un mínimo horizonte, abaten la tragedia contra sí mismos o sobre los inocentes: abortar para evitar a un nuevo ser una existencia desgraciada o asesinar a los propios hijos para que no caigan en la miseria. En este sentido, hay en Profundo carmesí y Así es la vida algunas de las secuencias más duras que he visto nunca.
Y este pequeño universo humano, de seres muy desgraciados por un lado y malvados y embrutecidos por otro, deambula por un escenario barroco y kitsch, de abigarrada, profusa y asfixiante miseria que estalla en colores chillones, feísmo y plástico. En las películas de Ripstein la mugre de puertas y paredes adquiere la categoría de decorado expresionista.
El sexo es denso, caluroso ¿La mujer del puerto o La reina de la noche? y expresión de la soledad como un eterno retorno; la violencia es desnuda, escalofriante y esencial como la hoja de un cuchillo; la maldad es tremendista, simple como el azar; la muerte es el precio inevitable por la culpa o la dependencia y todo lo demás es mentira, una pesada broma.
La mirada propia y genuina de Arturo Ripstein sobre ese guiñol tenebroso que es el mundo, sobre sus desdichadas criaturas y pobres monstruos, nunca está exenta de piedad, la cual siempre acompaña esos largos planos secuencia que desnudan el alma de sus grotescos seres y quizá también la nuestra.
Juan Bas.
Escritor