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    PREMIOS HONORÍFICOS · MIKELDI DE HONOR

    Félix Linares

    Félix Linares

    Félix Linares tiene, al igual que Bilbao, un toque inglés. Es elegante, divertido, siempre está en su sitio y siempre acude a sus labios la palabra precisa. Pocos ingleses habrá más ingleses, en ese sentido, que este bilbaino de la calle Zugastinobia, donde nació en 1947. Estudió en la Escuela de Indautxu, la actual Indautxuko Eskola, y ya en la niñez comenzó a sentirse atraído por el cine. Sus padres iban a ver una película todos los domingos y su madre, la primera crítica de la familia, se las contaba después a su manera. Fascinado, el pequeño Linares conseguía a veces que su abuela lo llevara al cine Olimpia. La primera película que recuerda es Diez valientes (Ten Tall Men). También descubrió pronto el placer de la lectura y se aficionó a comprar tebeos —El capitán Trueno, El jabato, Apache…— en un quiosco situado en la esquina de Zugastinobia con Gordoniz. A ese mismo quiosco se dirigió una mañana en la que varias vecinas le avisaron de que salía en el periódico. El vendedor le confirmó que las vecinas estaban en lo cierto y le enseñó la portada del diario. Linares miró una gran fotografía en la que aparecían varios niños de siete u ocho años y preguntó: ¿Quién soy yo? El quiosquero, extrañado, señaló uno de esos rostros sonrientes. Fue aquella la primera vez que Félix vio su cara: en su casa no había espejos. La anécdota resulta llamativa porque ese rostro que ni él mismo reconoció en aquel momento llegaría a ser uno de los más populares del país.

    Con catorce años, tras graduarse en el colegio, entró en la Escuela de Aprendices de Astilleros Euskalduna. Allí, uno de los profesores montó un programa de radio y le gustó tanto la voz de Félix que lo puso en contacto con el locutor de Radio Bilbao José Manuel Sánchez Tirado para que le enseñara el oficio. La decisión de aquel profesor cambió su vida porque no tardó en salir una vacante en Radio Popular, que él ocupó. El joven cinéfilo, lector y melómano —le encanta Bruce Springsteen e hizo sus pinitos en la banda Los alacranes— se alejaba así de un futuro en los astilleros y se convertía en locutor. Una voz como la suya no podía pasar inadvertida. Trabajó en Radio Popular desde 1966 hasta 1984, cuando consiguió una plaza en una de las primeras oposiciones convocadas por Radio Euskadi, emisora en la que ha estado al frente de programas como “Iflandia” o “Pompas de papel”, decano de los espacios literarios que codirigió con Kike Martín. La televisión también estaba esperando a ese joven alto, de ojos azules y dicción impecable. Y el 19 de septiembre de 1995 comenzó a ser el rostro visible del hoy ya mítico programa “La noche de…”. Se da, en aquellos inicios televisivos, un hecho curioso que yo no recuerdo, pero me consta: durante un tiempo, Félix Linares aparecía en nuestros televisores con unos inquietantes ojos marrones. Marrones, sí. Un oftalmólogo le recomendó que protegiera sus retinas, algo delicadas, de los focos, y así fue como empezó a utilizar unas lentillas oscuras, que no solo le tapaban el iris de color azul, sino gran parte del ojo. El efecto debía de resultar muy desconcertante. Por fortuna, encontró pronto unas lentillas que protegían sus ojos, pero respetaban su mirada. Sea como fuere, “La noche de…” se convirtió rápidamente en un éxito. La cámara lo quiere, y los índices de audiencia de la parte del programa previa a la película así lo han evidenciado a lo largo de los veintiocho años en los que lo ha presentado. Sus apariciones en la pequeña pantalla lo convirtieron en un comunicador muy conocido al que —he sido testigo— se le acercaban por la calle muchísimas personas para saludarlo, felicitarlo o sacarse una fotografía con él. El toque inglés del que hablaba al principio se imponía en esas ocasiones porque jamás, en ninguna circunstancia, le hemos visto una mala cara ni un gesto de hastío ante esas demandas. El cariño que durante tantos años le ha profesado y le sigue profesando la gente es recíproco.

    Su éxito televisivo llamó la atención de cadenas nacionales y le hicieron jugosas propuestas para ir a Madrid, pero él las rechazó alegando que le gusta comer en su casa. Linares demostró esa sabiduría innata que manifiestan algunas personas para reconocerse felices y comprender que no necesitan más de lo que ya tienen. El cielo de Madrid no lo sedujo, y prefirió seguir en Bilbao y, en efecto, caminar cada mediodía desde la sede de EITB hasta su casa, y comer tranquilamente.

    Félix Linares sigue en activo en la radio, pero este mismo año anunció que iba a dejar de presentar “La noche de…”. El reconocimiento a su trabajo fue entonces tan multitudinario como unánime, y él supo recibirlo y agradecerlo con una serenidad admirable. Por supuesto, sigue yendo al cine; de hecho, en alguna ocasión ha dicho que cuando se jubile hará lo mismo que hacía antes de jubilarse: leer, ir al teatro, ver películas, escuchar música. Linares es una persona que ha vivido a través del cine. Asegura que su vida es anodina y que es un tipo sedentario, pero la gran pantalla lo ha nutrido de turbulencias y aventuras. Entre sus directores favoritos están Ingmar Bergman, Orson Welles, Alfred Hitchcock o Federico Fellini. Dueño de unos conocimientos enciclopédicos, totalmente familiarizado con la narrativa audiovisual, defiende la idea de que las buenas películas deberían combinar el entretenimiento con algún tipo de calado filosófico o social, aunque sabe que es una tarea difícil. A pesar de estar tan vinculado profesionalmente al cine, nunca ha sentido la necesidad de ponerse detrás de la cámara. Cree que los rodajes son un lío extraordinario y bromea diciendo que para ser director hay que tener un punto de mala leche del que él carece.

    Félix Linares, que cuenta con la admiración de sus compañeras y compañeros de oficio, sigue viviendo muy cerca de la calle Zugastinobia y nunca ha traicionado a aquel niño que empezó a ir solo al cine cuando aún se vestía con pantalones cortos y que compraba tebeos en el quiosco cada vez que podía. Esa lealtad a sí mismo y su manera de conducirse por la vida, con generosidad y elegancia, resultan, por infrecuentes, argumentos cinematográficos. Si fuese inglés, diría que es como un sir, pero como es de Bilbao, lo dejaré en que es un tipo de la hostia.


    Txani Rodríguez

    Escritora



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