EL COMPROMISO DE KOREEDA
Para el observador distante, cierta heterodoxia domina el panorama del actual cine japonés. La enorme variedad de registros estéticos y narrativos que se pueden hallar en el largo camino que va del cine de Sion Sono al de Naomi Kawase, incluye parada -dejando a un lado el anime-en nombres conocidos para el aficionado, como los de Takeshi Kitano, Kiyoshi Kurosawa o Nobuhiro Suwa. Aunque en uno u otro ámbito, todos gozan de un cierto prestigio internacional, si bien probablemente al frente de todos ellos en la actualidad, por su relevancia internacional, está Hirokazu Koreeda.
Los mensajes universales que conducen sus películas de ficción (la memoria, el luto, los conflictos derivados de las relaciones intergeneracionales, la infancia o la superación personal) han logrado convencer a los jurados de los festivales más importantes del mundo y llenar las salas de públicos tan alejados del arte y la manera de vivir de la sociedad de su país: desde Estados Unidos a España pasando por Brasil o Israel, adonde el productor Steven Spielberg llevará el remake de su último largometraje de ficción, De tal padre, tal hijo (Soshite chichi ni naru. 2013), galardonado con el Premio del Jurado del Festival de Cannes y el Premio del Público del Zinemaldia donostiarra del año pasado.
El descubrimiento de su faceta menos conocida —como documentalista— viene a ratificar la convicción del director respecto al tratamiento de una temática concreta y pone en cuestión el lugar común extendido en los últimos tiempos respecto a que el cine de Koreeda logra mayores cuotas de aceptación por una supuesta carencia de compromiso político. Quizá de la intensificación de los asuntos relacionados con la familia en sus últimas películas pudiera derivarse tal lectura superficial. Sin embargo, esta selección de documentales viene a constatar que prácticamente todo lo que Koreeda ha tratado en sus ficciones ya lo había apuntado en sus documentales y que es en estos segundos en los que resulta más evidente el error del mencionado lugar común.
Es evidente que Koreeda no aspira en ningún momento a convertirse en el nuevo Kazuo Hara y que tampoco militará en las filas de cineastas en los que cree y a los que admira, como Shinsuke Ogawa o Noriaki Tsuchimoto, pero a la luz de sus películas es incuestionable su adscripción a la tendencia que, a finales de los años ochenta y primeros noventa, representaba la TV Man Union, en la que se inició: una productora independiente, comprometida desde su fundación en el año 1970 con la creación de contenidos audiovisuales rigurosos y de calidad, entregada a la producción de documentales relacionados con la cultura y la sociedad de su tiempo. «No eres más que el presente» se titulaba la colección de artículos que los responsables de la compañía escribieron en torno a la producción de televisión.
Si bien no emprendió un camino tan radical como el de Ogawa (que llegó a emplear trece años rodando y viviendo con una comunidad de agricultores para presentar en 1987 el resultado), la inspiración de modelos como él —así como la elección de contenidos afines a sus inquietudes lo llevó a implicarse en los hechos que relataba, de modo que sus rodajes documentales durante la década de los noventa podían prolongarse meses e incluso años. El objetivo nunca fue otro que luchar contra los efectos de la violencia que una cámara grabando provoca en cualquier situación que se busca que parezca —o sea— natural. Sus resultados son perceptibles de manera particular en títulos como Lecciones de una ternera (Mo hitotsu no kyöiku: Ina Shogakko Harugumi no kiroku, 1992), Agosto sin él (Kare no inai hachigatsu ga, 1994) o Sin memoria (Kioku ga ushinawareta toki, 1996), en los que el director mantiene un contacto periódico, durante más de un año en los tres proyectos, con los sujetos sobre los que trata el documental.
Tras un período de aprendizaje en la TV Man Union (del que no guarda particular buen recuerdo), entre las producciones que Koreeda firma en los primeros años noventa se encuentran piezas centradas en la obra del escritor Kenji Miyazawa, en los dos cineastas taiwaneses más trascendentes de la historia de aquel país, Edward Yang y Hou Hsiao-sien, y en la kafkiana situación de un coreano-japonés que no tiene ni una nacionalidad ni la otra; o en los niños con discapacidad intelectual de una institución benéfica al norte de Japón. No son películas independientes, rodadas en los márgenes del sistema en películas de 8 milímetros, sino pixelados documentos en memoria, vídeo. La televisión era la única manera que encontró para ponerse detrás de una cámara para contar historias.
Si por alguna línea particularmente valiosa destacan aquellos documentales de sus inicios, gmpor un grado de compromiso social muy perceptible. Así, pese a sus continuas denuncias de las consecuencias que los recortes sociales adoptados por determinados gobiernos de su país tuvieron para muchas personas —que protagonizan algunos de sus mejores documentales— se puede hablar más de empatía con las víctimas que habitan sus obras que de identificación con determinados postulados ideológicos. Ocurre con el dirigente político protagonista de Sin embargo (Shikashi-Fukushi kirisute no jidai ni, 1991) y con el amigo seropositivo del director que se deja grabar durante los últimos meses de su vida en Agosto sin él. «Hay tan poca gente capaz de mirar por los demás», se puede escuchar en uno de estos documentales que se detienen en grupos discriminados, marginados o desfavorecidos en la sociedad nipona: homosexuales, inmigrantes coreanos, perceptores de ayudas públicas, discapacitados…
Como en el caso de Nagisa Oshima, Koreeda ha compaginado su trabajo como director de películas de ficción con los documentales. En ambas facetas ha tratado similares temas: la trascendencia del recuerdo y la memoria, cómo marca el presente, los procesos formativos, la relación de los niños y los adultos y por derivación los dilemas de las familias, la denuncia de la falta de empatía institucional o social reinante en su país.
Su trayectoria paralela incluye una prolongada actividad en relación con la televisión, que compatibiliza con normalidad con su carrera cinematográfica. Así, dirige un capítulo de la serie de la NHK Kaidan horror classics (Ayashiki bungo kaidan, 2010), y se compromete en la realización de la serie Going My Home (Gouingu mai houmu, 2012): pero también prosigue atendiendo encargos televisivos de la TBS o la FujiTV e incluso rueda vídeos musicales para cantantes y grupos como Cheri, Suenohair, AKB48 o Cocco (a la que dedica en 2008 un largometraje documental).
Incluido en el particular Olimpo de cinco grandes realizadores japoneses de todos los tiempos por el escritor y especialista en cine japonés Donald Richie (le acompañan en ese selecto grupo Akira Kurosawa, Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu y Mitsuo Yanagimachi), el cine de Koreeda ha sido frecuentemente comparado por su tono y temática con el del genial Yasujiro Ozu. La manera en que se introduce en las complejas relaciones familiares o cómo retrata los traumáticos procesos de adaptación de las tradiciones niponas a la contemporaneidad lo acercan a Ozu. No en su estilo, por supuesto. En este aspecto, las películas de Koreeda han ido acercándose progresivamente a los sentimientos de sus personajes, siempre embarcados en conflictos relacionados con recuerdos y pérdidas, con ansias de superación y con las relaciones familiares. A lo largo de este recorrido de prácticamente 25 años se ha mantenido constante esa mirada humanista en línea de directores como Ozu y otros grandes directores del cine nipón.
Rubén Corral
Programador de ZINEBI