Una línea de puntos que une a Andy Warhol con Michael Jackson
Cualquier persona que se haya interesado alguna vez por Arrebato (1979) y haya querido profundizar en sus interpretaciones se habrá encontrado con la idea, bastante contrastada, de que José Sirgado (Eusebio Poncela) y Pedro P. (Will More) no son otra cosa que la propia figura de Iván Zulueta desdoblada. Esa obsesión por las parejas que se duplican, que se complementan, que se anulan, que se necesitan y que, a la vez, se destruyen, no solo son identificables en Arrebato, sino a lo largo de toda su dispersa, incompleta y obsesiva obra. Formalizada en la figura de vampiros, estrellas del rock, pobres huerfanitas o gemelas de nombres disparatados, esos personajes desdoblados entran en una espiral de canibalismo y autodestrucción del que, en el mejor de los casos, salen purificados y renacidos y, en el peor de ellos, sucumben en una apoteosis cósmica que se los lleva por delante. Una y otra vez, y cientos, miles, de veces, regresa Iván Zulueta sobre esa narrativa. Los demonios y los ángeles que poblaban su cabeza siempre tenían la misma lucha y nunca cedieron.
También es algo conocido que Iván Zulueta vivió rodeado de cine (y pintura) desde su más tierna infancia. Su padre, Antonio de Zulueta, fue uno de los fundadores y director, entre 1957 y 1960, de lo que hoy conocemos como Festival Internacional de Cine de San Sebastián – SSIFF (y de ello dan buena cuenta algunas de las películas de estos programas). Su primera edición se desarrolló en 1953 como Semana Internacional de Cine de San Sebastián, cuando Iván tenía diez años. El consumo casi compulsivo de cine era algo habitual en el hogar de los Zulueta. Iván creció, por lo que podemos saber, viendo varias películas al día en los cines donostiarras o donde fuese el lugar al que se desplazase. La mayor parte de ese cine provenía de Hollywood y de las más exitosas filmografías europeas del momento (Francia, Italia, Alemania…). Y si bien es cierto que fue Die Brücke (Bernhard Wicki, 1959) la película que a los dieciséis años marcaría su cinefilia, lo cierto es que fue el cine clásico norteamericano y sus derivas (como queda evidente en muchos de trabajos de refilmación sobre la pantalla televisiva), desde Walt Disney a Fred Astaire, desde Frankenstein (James Whale, 1931) a All that Jazz (Bob Fosse, 1979), lo que realmente le acompañó a lo largo de toda su vida. Incluso una de sus últimas pasiones cinematográficas, David Lynch, se entiende mejor bajo el prisma de esa herencia del cine clásico que del tantas veces señalado cine experimental y underground norteamericano. Por supuesto, hubo un momento en el que esas referencias de vanguardia convivieron con su devoción por el cine clásico estadounidense, pero llegaron mucho más tarde de lo que habitualmente se dice, y su huella es menos profunda de lo que creemos.
Otro aspecto importante a señalar en esta introducción, otra cuestión fundamental respecto de Iván Zulueta: nunca dejó de trabajar. Que tenga poca obra acabada y reconocida no quiere decir que fuese un vago o un diletante. Desde luego, el formar parte de una de las familias más acomodadas de San Sebastián y del País Vasco pudo hacer de él una persona caprichosa y con una mirada de clase sobre su entorno (que podía resultar enervante para sus interlocutores), pero eso tampoco tiene ninguna relación con la escasa obra terminada que se conoce de él. En realidad, con un propósito u otro, Iván Zulueta vivió siempre en un estado de excitación creativa que, en algunas ocasiones, fue tormentoso, pero en otras tremendamente gozoso, como él mismo se encargó de señalar en infinidad de ocasiones: la creación y la diversión, el goce, iban, con Iván, de la mano. Zulueta fue un artista con una pulsión obsesiva a la hora de generar proyectos y una necesidad casi enfermiza de plasmar esas ideas que le asaltaban en un estado de excitación constante. Incluso en los momentos de plena pausa. Arrastrado por la necesidad de buscar una salida a todos los pensamientos que se agolpaban en su cabeza, no es extraño, sin embargo, que todos ellos no superasen casi nunca las fases de bocetos, apuntes o tratamientos. Pero también en algunas ocasiones fue el exceso productivo lo que acabó, de algún modo, asfixiando la posibilidad de una plasmación aceptable de la obra en términos de circulación (ya se tratase de obra plástica, películas o fotografías).
Las películas que forman parte de estos programas se arrastran hasta aquí como una amalgama de rollos de 8mm y Súper 8 que llegan a Filmoteca Española en noviembre de 2020, directamente desde el almacén a las afueras de San Sebastián donde permanecieron, durante más de una década, después de la muerte de Iván. Lamentablemente, algunos de los materiales de aquel lote de más de 80 rollos, principalmente acetatos en 35mm, no llegaron en condiciones de que sus imágenes pudiesen ser rescatadas y tuvieron que ser destruidos. Una vez digitalizados a 4K, cuando pudimos enfrentarnos a su contenido por primera vez, fuimos conscientes de alguna de las ideas que desarrollamos en este texto y que, con posterioridad, se verían reforzadas en la revisión del resto de documentación y obra (acabada e inacabada) que forma parte del legado adquirido por Filmoteca Española. La pulsión creativa de Zulueta era inagotable, su producción inabarcable y el goce y el carácter lúdico inseparables de las obras y del mismo proceso de producción (incluso cuando se adentraba en zonas más oscuras y pantanosas).
Si hay una forma de entender el trabajo de Iván Zulueta en toda su complejidad no es otra que siendo capaces de trazar una línea de puntos que salga de Andy Warhol y termine en Michael Jackson. En el sentido más heterodoxo, dúctil y viscoso, que se le puede dar al término “pop”. Así, y solo así, podremos abandonar los lugares comunes del artista maldito, experimental y conflictivo que, diez años después de su muerte, ya va siendo hora de dejar atrás.
Si bien estos 7 (+1) programas incluyen prácticamente la totalidad de los materiales fílmicos inéditos rescatados con la adquisición del fondo, es cierto que no contienen todos los filmes que han aparecido en el mismo. Han quedado fuera algunas películas de procedencia demasiado dudosa y aquellas que son obra acabada que ya había circulado previamente (La fortuna de los Irureta, Aquarium o A Mal Gam A, por ejemplo). La mayor parte de los materiales, prácticamente todos excepto los de la primera sesión (Las películas de Consuelo y Antonio, que abarcan el periodo de los años 30 a los 50) pertenecen a la década de los años 70 (con algunos títulos, pocos, de los años inmediatamente anteriores, y algunos que se adentran tímidamente en los 80). Estamos hablando de una década de expansión de la personalidad y la creatividad de Iván Zulueta. Superados sus miedos y sus inseguridades una vez cerrado el periodo de la Escuela Oficial de Cinematografía, la confianza que le puede dar su paso por el programa de TVE Último grito (1968-1970) y la a todas luces insatisfactoria experiencia de Un, dos, tres, al escondite inglés (1970), la década de los 70 es la década de la experimentación (vital), la libertad y placer. De eso nos hablan la mayor parte de estos títulos. Disfruten. No hay un fotograma rojo acechando (ni falta que hace).
Josetxo Cerdán y Miguel Fernández Labayen
Instituto Universitario del Cine Español. Universidad Carlos III de Madrid